Una cosa son las colectividades políticas y otra los individuos que hacen política. Si bien las colectividades políticas suscriben a una ideología, tienen estructura, reglas organizativas y direcciones, dentro de ellas las y los militantes tienen, además, una identidad de género. Y ese género ubica en un lugar muy distinto, en la estructura de poder interna, a los compañeros y a las compañeras.
Desde la izquierda clásica siempre se plantea la lucha contra el capitalismo como la principal, con la convicción que las demás opresiones desaparecerán el día que caiga la desigualdad de clase. Para algunos feminismos esto no es posible: el sistema patriarcal es muy anterior al capitalismo. Como demuestra Rita Segato, el patriarcado es el orden fundante de la desigualdad, es el primer sistema de desigualdad que se desarrolla en la humanidad.
Es un hecho y lo sabemos hace tiempo: las clases sociales están atravesadas por otras opresiones, entre las que el género y la raza se encuentran entre las más relevantes. Esto hace que las personas afrodescendientes, las mujeres, las personas LGTBI sufran múltiples opresiones. Sin embargo, no se considera que estas estructuras de poder sean tan relevantes como la cuestión de clase, lo que resta tiempo y recursos para combatirlas con determinación. Esto sucede porque, en teoría, cuando caiga el capitalismo estas personas serán también beneficiadas por el nuevo orden social.
Lo cierto es que quienes detentan el poder de la izquierda en este país son hombres blancos y heterosexuales. Están muy empeñados en lograr la justicia social, siempre que sean ellos los derrocadores y los repartidores del poder, así como los futuros ocupantes de los lugares de poder. Para enfrentar el capitalismo se puede ser mujer, trans, lesbiana o afro, pero los hombres blancos de izquierda no tienen ninguna intención de ceder el protagonismo. Es más, parece imposible correrlos aunque sea un poquito de su historia, el de los políticos que hace un siglo fundamentaban en contra del voto femenino “porque las mujeres iban a votar lo que los curas (de derecha) les dijeran” y no iban a aportar a la lucha por un gobierno obrero.
FocoUy/Gastón Britos
Ahora que el movimiento feminista cuenta con adhesión masiva, a los partidos y organizaciones les empezó a interesar definirse como feministas. Pero sus actos demuestran que prefieren perder las elecciones contra partidos de derecha antes que perder poder con las feministas. Es imposible leerla de otra manera: esa es la situación en la que se encuentra la izquierda política y social uruguaya.
El 22 de diciembre, el PIT-CNT decidió que el 8 de marzo de 2022, Día Internacional de las Mujeres, el paro general será de hombres y mujeres y no sólo de mujeres como venimos reclamando desde 2017. El 2 de marzo pasado la Intersocial Feminista sacó un comunicado público exhortando a la Mesa Representativa a votar el paro de mujeres de 24 hs. en esa oportunidad se excusaron de votarlo por “falta de tiempo”.
Esta opción por el conservadurismo no sólo es una cuestión de protagonismos en la política: es una cuestión de ideas, de futuro, de utopía. Ceder poder ante las mujeres, ante la diversidad, ante las personas afro, no es una cuestión biológica: es una cuestión ideológica. Quienes tienen hoy desde la izquierda una idea de mundo posible, vivible y justo, son el feminismo y el ecologismo, son las mujeres y los jóvenes que defienden la tierra. Así lo ha demostrado en estos días el proceso chileno; ¿no será hora de mirarnos en ese espejo?
Los feminismos incluyen a quienes cuestionan realmente la realidad del sistema, siendo las feministas quienes luchan por desarmar toda la madeja de las formas de producción y consumo que, en muy poco tiempo, nos pondrá en medio de una crisis ecológica que abrirá las puertas a un cambio radical en las relaciones de poder. Espero que cuando eso pase nos encuentre a la altura de las circunstancias. Por ahora todo es ficticio, como la nieve en los árboles de Navidad.
* Politóloga, feminista.