Acceder a vivienda y trabajo son las principales dificultades a las que se enfrenta un centenar de adolescentes cada año al llegar a los 18
A los 15 años los adolescentes ingresan al programa El Puente, para iniciar su camino hacia el egreso. Foto: Martín Martínez - Focouy
Anabella Aparicio / Sudestada / @anabelapa
El sueño de Mahia (nombre ficticio) es ser médica forense. Pero consciente de su situación y de lo difícil que es la carrera de Medicina tiene un plan B: ser chef. Tiene 17 años, es niña cantora en la Dirección Nacional de Loterías y Quinielas, donde realiza una pasantía. En pocos días será mayor de edad y terminará su primera experiencia laboral. Vive con su hermana, pero ella “anda en cosas raras” y Mahia prefiere alquilar por su cuenta cuanto pueda.
Mahia vivió gran parte de su vida en centros de amparo del Instituto del Niño y el Adolescente del Uruguay (INAU) porque su madre las echó a ambas de la casa cuando ella tenía nueve años, a causa de su adicción.
Su situación es la que vive cada año un centenar de adolescentes que por diferentes motivos fue judicializado. Es entonces que la Justicia de Familia resuelve que pasen a estar bajo la tutela del INAU y a vivir en hogares de atención 24 horas, los hogares de amparo.
“La institucionalización como último recurso”. Esa es la premisa del INAU cada vez que recibe un niño. Aun así, son más de tres mil los que viven en centros y muchos llegan allí a adolescentes, luego que se intenta sin éxito ubicar a algún familiar o alguien cercano que se haga cargo de ellos.
Desde los 15 años ingresan al “Programa puente”. Allí conocen las opciones que tienen para entrar a una de las tres propuestas de egreso, reciben ayuda económica y se les asigna un educador referente, quien los acompaña y guía en su proceso de vincularse a la vida adulta. Es un ingreso voluntario, condicionado a cumplir ciertos objetivos de estudio o trabajo.
El “sistema de egreso” se financia con fondos públicos y es coordinado por el programa de Inclusión y Ciudadanía del INAU. También lo integran dos organizaciones de la sociedad civil, “Vida y educación” –que desarrolla el programa APAP– y “La Barca”.
Según el perfil de cada adolescente se decide qué programa se ajusta mejor a su realidad. La asistencia puede recibirse hasta los 18 años, con una opción de prórroga hasta los 21. Por cada adolescente que atienden, las organizaciones reciben un subsidio mensual de entre 31 y 35 Unidades Reajustables (unos 39 mil pesos). El dinero es para asistir al joven y mantener la estructura de la organización. El monto que reciben depende de cada caso.
Cada joven puede abandonar el programa cuando lo crea necesario, pero después que se va, se considera “egresado” y si se arrepiente no puede volver. Luego de esto, el Ministerio de Desarrollo Social (MIDES) puede asistir a esta persona en caso de necesitarlo, aunque para el Estado es considerado un adulto.
“Andamos atrás de ellos e insistimos de todas las formas que podemos”, indicó a
Sudestada Pablo Domínguez, director de la organización "La Barca".
“Ellos tienen una autonomía anticipada y forzada. Es que a los 18 años uno difícilmente esté preparado para tener una vida totalmente independiente. Esa es la fragilidad que tienen para salir a pelear solos en la vida”, indicó Leonardo Clausen, director del Sistema de Protección 24 horas de Montevideo del INAU.
Actualmente hay 34 jóvenes de entre 17 y 20 años en el programa de egreso y otros 8 están en lista de espera. A fin de año se espera sean 42, según datos proporcionados a
Sudestada por el INAU. En 2018 fueron 32 y en 2017, 21. En las organizaciones que reciben niños y adolescentes por fuera de estos hogares, son más: 38 más seis en lista de espera en la organización Vida y educación y entre 35 y 40 en La Barca.
La nueva vida de Paola
Algunos jóvenes que egresan del INAU vivieron toda su vida en hogares y eso limita su adaptación a la vida independiente. Foto: Martín Martínez - Focouy
Los perfiles son diversos, las trayectorias son semejantes. Algunos vivieron toda su vida en hogares y otros llegaron allí poco antes de cumplir la mayoría de edad. En los últimos años, aumentaron los casos de jóvenes víctimas de trata o chicas trans. Algunos llegan por su propia voluntad, pidiendo ayuda, y otros denunciados por su familia.
Algo así le ocurrió a Paola. Creció con su padre ya que su madre perdió la patria potestad y fue internada en un hospital psiquiátrico. Se crió con su madrastra y dos medias hermanas. A los 14 años denunció a su padre por abuso y la Justicia resolvió derivarla al INAU. Allí vivió hasta cumplir la mayoría de edad. Meses antes entró al programa de La Barca.
“Si no tenés nada, cuando cumplís los 18 es como la nada. Yo creo que si no hubiera entrado al programa estaría en la calle”, reflexionó.
El programa de esta organización asiste al adolescente a través del alquiler de una pensión o un hogar estudiantil con asistencia de un educador referente. También se les brinda un apoyo económico y el joven debe rendir cuentas del dinero que gasta, para luego presentar esto al INAU. Además, puede trabajar y/o estudiar.
Paola egresó en enero de este año y en pocas semanas se irá con su novio a España. Su idea es conseguir trabajo, ahorrar y volver al país. Tiene 21 años, tercero de liceo terminado, un curso de baby sister y le gustaría estudiar algo más relacionado con niños. Ella cree que el acompañamiento que le brindaron le ayudó a tener estabilidad en su vida, conseguir trabajo y mantenerlo. Hoy solo tiene vínculo con sus abuelos paternos y no tiene buenos recuerdos de su infancia.
De vuelta al hogar
Para algunos jóvenes como Javier, el INAU es un sitio de amparo durante la niñez y la adolescencia, y luego un lugar de amparo en la adultez. Foto: Focouy
Javier es el segundo de tres hermanos. Cursa el segundo año de la Licenciatura en Psicomotricidad y trabaja como educador con niños de entre 5 y 12 años en uno de los centros de derivación del INAU, donde llegó a los 8 años de edad tras la separación de sus padres. Hoy busca compartir con los niños sus vivencias e incentivarlos.
Su hermano y su madre comenzaron a consumir drogas y terminaron en la calle. Hoy son cuidachoches en la zona del Cordón. Su hermana de 16 años vive en un hogar en Santa Lucía, Canelones, recuperándose de tres años de internación en un centro psiquiátrico. Javier dijo que ahí fue “redopada”, pero confía en que podrá recuperarse.
Javier visita a los tres periódicamente. Recién este año pudo empezar a aceptar las realidades diferentes que viven los cuatro, a entender la vida de cada uno y a no vivir con culpa.
“Aprendí a adaptarme, a conocerlos otra vez y aprender cómo hacer para que no me hiciera pelota todo eso”, explicó.
Su primer trabajo fue a los 17 años como profesor de gimnasia.
“O hacía algo más además de estudiar, o me iba. Venía portándome mal, tenía muchos cruces con el director”, relató a
Sudestada. Un cambio de dirección en el centro lo incentivó a hacer el curso, logró una beca, comenzó a trabajar en el mismo centro y se fue a vivir solo.
Puntos como estos son en los que deben trabajar constantemente los educadores.
“A veces, chicos que vivieron toda su vida institucionalizados vienen como de una burbuja que se genera en hogares porque no los dejan correr por miedo a que, por ejemplo, se lastimen. Hay chicos que llegaban a poner un paquete entero de fideos en la olla por ejemplo, porque no sabían cómo hacerlo”, explicó Diego Silva, uno de los coordinadores de La Barca.
Hoy se trabaja para que los niños conozcan cada vez más temprano aspectos básicos de la vida cotidiana y así disminuir el impacto de llegar a la mayoría de edad.
Sin alternativas a la capital
Mudarse a Montevideo es para muchos jóvenes del interior la única alternativa para acogerse a los programas de egreso. Foto: Sudestada.
El Sistema de Egreso funciona sólo en Montevideo y abarca en algunos casos a adolescentes del área metropolitana. En el Interior son las direcciones departamentales las que resuelven el tipo de solución que se brinda cuando el joven llega a los 18 años. En algunos casos hay adolescentes que eligen mudarse a la capital para integrarse a uno de estos programas.
Este es el caso de Jonathan, que hoy tiene 25 años y llegó al programa de Inclusión y Ciudadanía con 17. Él solicitó ayuda al INAU para mudarse desde Pando porque siendo el mayor de tres hermanos, quería estar cerca de sus dos hermanas. Su madre falleció por una infección pulmonar, que se complicó a causa del VIH.
Los tres quedaron a cargo de su padrastro durante cuatro años, hasta que fue preso por violencia doméstica. Entonces se fueron a vivir con una tía pero esta situación también duró poco: esta vez fue su tío el acusado de abuso por una de sus hermanas y los tres debieron separarse.
Sus dos hermanas fueron a hogares de amparo y Jonathan se mudó con su medio hermano quien tenía problemas con la pasta base. Finalmente fue a Montevideo para estar más cerca de sus hermanas, seguir estudiando y trabajar. Hoy es auditor en una empresa y termina su carrera de licenciado en Sistemas.
“El INAU me salvó la vida. Los educadores te piden lo que cualquier familia a su hijo: estudiar, ordenar, trabajar. Te enseñan el ahorro y saber proyectarse”, dijo. A cuatro años de su egreso, todavía recurre a Erica, una educadora a la que quiere como a su madre.
Jonathan vivió unos años en uno de los apartamentos que el INAU tiene para este programa. Allí los adolescentes viven solos o en núcleos de hasta cinco personas. Se rigen bajo un sistema de autogestión para su vida cotidiana y reuniones comunitarias para resolver problemas de convivencia. En sus últimos años dentro del programa, junto a otros compañeros accedió a un beneficio de la Agencia Nacional de Vivienda (ANV), que ofrece una garantía de alquiler y solventa el arrendamiento.
La hermana menor de Jonathan, de 18 años, ingresó a la tercera opción que ofrece el sistema de egreso, denominado APAP.
“Está fascinada”, comentó. Este programa no les brinda un sustento económico, por lo que deben trabajar. Pero acceden a un residencial, alimento, ropa y otras necesidades básicas. Y se rige de la misma manera que los otros dos programas en cuanto a los procesos de autonomía de los jóvenes.
Por su parte, la otra hermana de Jonathan, de 21 años es madre y vive sola. Ambas fueron quienes lo guiaron a seguir adelante y no bajar los brazos. Como ellas lo pasaron muy difícil en la infancia, siente que él debe protegerlas de ahora en más.
Los educadores consultados por
Sudestada destacaron que la primera dificultad para los jóvenes que egresan es estudiar y trabajar. Si bien en todos los casos sostienen que el nivel de deserción de los programas es bajo, ocurre que en algunos casos terminan abandonando los estudios. Esto se da principalmente en jóvenes que terminan trabajando en servicios como supermercados o restorantes, que tienen largas jornadas y bajos sueldos.
Por otra parte, el acceso a la vivienda también es difícil teniendo en cuenta los costos de los alquileres. Desde el INAU se asume que es uno de los temas que deben trabajar ya que el convenio con la ANV “no es suficiente”.
El peculio
El tránsito de vida por una institución les permite a los niños y jóvenes acumular un capital para disponer al egreso. Foto: Dante Fernández - Focouy
Los jóvenes que permanecen varios años institucionalizados cobran un “peculio”, equivalente a la asignación familiar que cobran miles de niños mensualmente por estudiar. Ese dinero que paga el Banco de Previsión Social, es depositado por el INAU en una cuenta a la que los jóvenes pueden acceder libremente cuando llegan a la mayoría de edad.
“Algunos chicos con ese monto hicieron un depósito. Así pudieron tramitar una garantía y hoy tienen una vivienda. O se los incentiva a generar una microempresa, pagarse un curso, u otras cosas”, explicó Leonardo Clausen, director del Sistema de Protección 24 horas de Montevideo del INAU. Otra alternativa es que separen una parte del dinero para comprarse algo y depositar el resto a plazo fijo.
“Hay familiares malintencionados se acercan cuando aparece el dinero, algunos chicos fueron estafados por alguno de ellos”, indicó Clausen. En estos casos es muy poco lo que se puede hacer porque el joven ya es mayor de edad y es libre de usar el dinero como quiera.